Una de las cosas que aprendí de vivir en Finlandia es a mirar siempre al cielo.
Y eso que allí gran parte del tiempo está encapotado. Pero, en cualquier momento, sucede la magia. O bien se pone a nevar de repente, o bien sale el sol inesperadamente, o bien se llena de auroras boreales. Nunca sabes, así que hay que estar pendiente. Cuando estoy allí, paso más tiempo mirando por la ventana del que me apetece reconocer.
El cielo es un misterio fascinante y teniéndolo en cuenta aprendes a ver las cosas desde otro punto de vista. Por ejemplo, las ciudades tienen otro prisma si se miran hacia arriba. Cenefas, ventanales, antenas, tejados, áticos. La arquitectura nos cuenta la historia del lugar en el que estamos de la manera más caprichosa. Cuando camino por Valencia no acostumbro a observar los edificios; voy a lo mío, pensando en mis cosas y, la mayoría del tiempo ni siquiera miro al frente, sino a mis pies. No me pasaba en Tampere, y eso que el hielo no ayuda a dispersarte mucho. Desde entonces es una costumbre que intento mantener en cualquier lado, aunque a veces lo dé por sentado.
Otra reflexión al mirar al firmamento: somos diminutos. No, en serio. Tú mira ahí arriba y dime si no estás de acuerdo en que somos una mota de polvo y que nada es realmente tan importante. No sé mucho de constelaciones ni de astronomía en general, pero solo con dar una ojeada unos minutos deduces que todo eso es más grande que nosotros en más de un sentido.
De lo que sí sé un poco es de auroras boreales. A veces, en momentos totalmente aleatorios de mi vida, pienso en lo jodidamente afortunada que soy por haber disfrutado de cosas que mucha gente se morirá sin ver. Y esto es una de ellas. Que el cielo se tiña de colores es una cosa absolutamente loca. De un momento a otro, aparecen unos destellos verdes y en cuestión de minutos (o segundos), “alguien” ha dado unos brochazos a esa pantalla oscura delante de tus ojos. Si la cosa se pone fuerte, aparecen tonos morados, rojos, blancos. En fin, un festival. Tú no entiendes lo que estás viendo, pero no puedes apartar la vista.
En 2014, cuando vivía en Lapinkaari, cazar auroras cada noche se convirtió en una rutina sin querer. Siempre había alguien que daba la voz de alarma en el grupo de Facebook cuando los Kp estaban altos, y teníamos cinco escasos minutos para cambiarnos de ropa, coger algo de comida, cámaras y salir corriendo al bosque. Armábamos una fogata, asábamos nubes, repartíamos pedazos de chocolate y el rato se pasaba esperando. Solo esperando.
A lo largo de los años bastante gente me ha preguntado cuándo es la mejor época para verlas, si es mejor Islandia que Noruega, si es mejor invierno que verano. Y, es curioso, porque las auroras siempre aparecen cuando no las buscas. Una noche de diciembre en Inari (Laponia), mientras hacíamos la cena oímos un grito desde fuera. Sin más dilación, apagamos los fogones, salimos del cottage y ahí estaba: un haz de luz que cruzaba el cielo serpenteando por un lado y dividiéndose en tres al otro extremo. O la noche de St. Patrick’s, cuando salimos del pub irlandés al que habíamos ido a celebrar y vimos, en la propia ciudad, que un reflejo verde alumbraba las calles. Dudando de si no llevaríamos dos cervezas de más encima, corrimos hacia el bosque para conseguir las fotos más increíbles que tendremos jamás. Aquella noche las auroras decidieron unirse a la celebración con un espectáculo prodigioso: bailaban muchísimo, se enroscaban, parpadeaban, pasaban de masa difusa a destellos muy nítidos, emitían silbidos imposibles de describir. Fue una experiencia surrealista y digna de fantasía. Creo que ni siquiera hablábamos entre nosotros, solo observábamos con el cuello hacia arriba y unos sombreros con tréboles ridículos en la cabeza.
Entonces ya era consciente de lo privilegiada que era nuestra ubicación respecto a otras residencias. Aunque al principio me molestó que me adjudicaran mi casa durante un año tan lejos del centro de la ciudad, fue una auténtica suerte vivir al lado del lago Näsijärvi y el bosque. Cuando volví el año pasado a Tampere soñé con ver alguna aurora, incluso me animé a pasear por el Arboretum de Hatanpää varias noches, aunque era consciente de que no era temporada. Necesitamos un cielo despejado y, si tenemos nieve, no será posible; además, en el lago Pyhäjärvi hay demasiada luz artificial. Pero sé que, muchas veces, aunque no las veas, ellas están ahí danzando camufladas entre nubes. ¿No es extraordinario?
Este mes de marzo me he asomado a la app Aurora casi cada noche con una mezcla de nostalgia y FOMO tremenda. 2025 será un año de gran actividad solar y parece que la magia ya ha empezado. La primavera en algunos lugares significa cosas diferentes a flores, solecito y primer baño del año en la playa. Significa deshielo, primeros rayos de sol, naturaleza reviviendo, literalmente. Pero, por encima de todo, la primavera siempre significa milagro.
Esto... perdón... ¿has dicho "silbidos"??? 😳